Los Estudios Esotéricos
del Vizconde de Figanière
 
 
Mario Roso de Luna
 
 
 
El Vizconde  de Figanière  (1827-1908) y la página
inicial de su libro “Submundo, Mundo, Supramundo”
 
 
 
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Nota Editorial de 2018
 
El siguiente texto fue publicado por primera vez  
en dos partes en la revista “El Loto Blanco”, de
Barcelona, España, en las ediciones de enero y
febrero de 1919, pp. 9-12 y 39-45 respectivamente.
Título original: “Un Contemporáneo de H.P.B.”.
 
La obra de Figanière sobre la cual escribe Roso de
Luna está publicada en PDF en los sitios web asociados.
 
Mario Roso de Luna (1872-1931) fue un pionero
divulgador del movimiento teosófico en el mundo
iberoamericano. José Xifré, mencionado en el primer
párrafo del artículo, fue un notable teósofo español y
miembro de la escuela esotérica dirigida por Helena
Blavatsky, de la cual seguramente participó Figanière.
 
(Carlos Cardoso Aveline)
 
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[Primera Parte]
 
El delegado presidencial de la Sociedad Teosófica en España y discípulo de H.P. Blavatsky, don José Xifré, nos proporcionó hace años los notables “Estudios Esotéricos” del sabio portugués vizconde de Figanière, amigo personal de aquella Maestra.
 
Consideramos, pues, un deber nuestro, dar a conocer a nuestros lectores la hermosa obra de este teósofo y ocultista, con gran encomio citado por la Maestra en varios lugares de “La Doctrina Secreta”. [1]
 
Esta obra extraña del que, en tiempo y en derecho, es sin duda, el primer teósofo portugués, resulta con el mismo plan fundamental que “La Doctrina Secreta”, es decir, una primera parte de “Cosmogénesis”; una segunda de “Antropogénesis”, y una tercera de “Novísima Luz”, o de efectivo ocultismo.
 
Figanière, sin duda, por sus ideas como por sus visitas diplomáticas a Rusia, Francia e Inglaterra, trabó conocimiento con la fundadora de la Sociedad Teosófica y se hizo su discípulo. Por eso dice, a guisa de prólogo: “Estando este libro a punto de salir a luz, se ha publicado en Londres ‘The Secret Doctrine, by H.P. Blavatsky’, y como quiera que contiene recientes e importantísimas revelaciones, las damos también en un capítulo suplementario, por modificar un tanto algunas ideas corrientes en los círculos teosóficos occidentales”.
 
Esto es importante, porque demuestra que la obra de Figanière no está inspirada en la última de Blavatsky, sino que, para honra de nuestra raza ibera, representa, en fondo y forma, una felicísima coincidencia con la más fundamental de cuantas producciones salieron de la pluma de la Maestra.
 
Siete son los capítulos de la primera parte, consagrada a Metafísica, Ontología y Cosmogonía, y los precede una brillante “Introducción”, en la que se estudia el actual conflicto entre el corazón y la cabeza en
 
Naufragios y catástrofes de toda suerte,
frente a los cuales el menor de los males es la muerte,
 
al tenor del dicho de Adamástor, todo por falta de pilotos experimentados que acierten a sacarnos con bien del doble naufragio de la ciencia y la religión, ni más ni menos que en la Introducción de “Isis sin Velo”, se dice, al abogar por una salvadora ciencia de la religión y religión de la ciencia o sea la Teosofía:
 
“El misterio no es lo sobrenatural, porque no hay nada sobrenatural en la naturaleza, sino la acción de leyes que desconocemos aún, pues que, como enseña Schopenhauer, ‘las ciencias naturales, al desarrollarse, acaban siempre por tropezar con las cualidades ocultas, a cuya categoría pertenecen las fuerzas elementales de la Naturaleza, las cuales, por tanto, competen a la Filosofía y no a la ciencia’ (‘El Mundo como Voluntad’, L, 15 – Parerga c. 17).” Y añade: “Existen, sin duda, otros planos y otros mundos por encima y por debajo de nosotros: ¿qué sabe el rústico, en efecto, de los consejos del Gobierno?”
 
Además, la humanidad, dado lo lento de su progreso, tiene una historia de millones de años, contra lo que dicen cronologistas cretinos. Nuestras costumbres son idénticas a las de los romanos relatadas en el libro XXX de Polibio; en igual relación estaba entonces que ahora el oro con la plata; y los diálogos platónicos, por ejemplo, son de tanta actualidad hoy como entonces. Los ciclos de las civilizaciones se suceden, pero las civilizaciones se repiten, y razas como la negra no siguen la ley de la evolución. El ciclo, pues, más que enseñanza de Vico, lo era ya de los filósofos estoicos y de otros más antiguos, pero por encima de estos ciclos, tenemos la espiral, y una ley de correspondencia encerrada en la sentencia famosa de Hermes Trismegisto de que “lo que está arriba es como lo que está abajo, para obrar los misterios de la armonía que es la síntesis de lo vario en lo uno”.
 
Fiel a esta enseñanza oculta, Figanière rechaza el error actual de la ciencia al pensar que el estado primitivo de la Humanidad fue la barbarie, contra lo que enseña la universal tradición religiosa. Dice sobre el particular: “Por antiguo que sea un pueblo, siempre hay una minoría selecta que dirige al vulgo”. Esto hace sospechar que así ocurrió desde el principio con los primeros hombres y los Enviados o “Reyes Divinos”. Además, añade Figanière con su intuición maravillosa: “La blandura de la inocencia primitiva es indispensable para la domesticación del animal, cuanto para la educación del ente humano. El hombre realmente primitivo pertenecía a la fase inocente, infantil y pacífica de la humanidad. Por eso la inocencia fue el primer estado pre-civilizado, mientras que la barbarie, que hoy se supone falsamente una condición primitiva, es, al contrario, una caída, una condición post-civilizada. Por eso el negro, el piel-roja, el pamú son los hijos degenerados de naciones prehistóricas que en sus respectivos ciclos alcanzaron un elevado estado de cultura y civilización. Los hombres de la llamada edad de piedra, lejos de ser hombres primitivos, eran razas decaídas, degradadas, que retrocedían ante el flujo de una nueva onda humana, así como ciertas tribus americanas, australianas, etc., van desapareciendo al contacto del hombre blanco. [2] En cambio, seres como los indios asiáticos, árabes, etcétera, son pueblos dormidos y como en eclipse”.
 
Poseedor Figanière de una enorme cultura clásica, avalora sus dichos con testimonios como el de Aristóteles (L. I, c. 3) cuando dice que “las ciencias y las artes se han perdido más de una vez”, al tenor de la célebre frase del “Eclesiastés” (I, 9) de que “nada nuevo existe bajo el sol”, pues que las ocultaciones parciales de aquellas las hacen decaer en unos países mientras que florecen en otros, ni más ni menos que el astro rey, alma de la vida entera de nuestro planeta, da el invierno tras el verano alternativamente a los dos hemisferios, y la noche tras el día a todos los países…
 
El nobilísimo Vizconde arremete gallardo contra estos nuestros modernos historiadores que no se compenetran con el espíritu que presidiera a la época que estudian, faltando a la primera condición necesaria para hacerse cargo de ella, pues ya dijo Schopenhauer (“La Sabiduría en la vida”, 6): “Cada época, por lamentable que sea, se cree más sabia que la precedente, de igual manera que a cada edad se cree el hombre superior a lo que antes fuera, engañándose, sin embargo, entrambos no pocas veces”. Lo mismo dijo Horacio, cuando canta:
 
Aetas parentum pejor avis, tulit
Nos nequiores, mox daturos
Progeniem vitiosiorem, (Carmina III, 6). [3]
 
Bacon corroboró esta sentencia al decir que el genio del pasado era de agudeza superior a la nuestra, por lo cual siempre enseñó Platón que “los antiguos estaban más cerca de los dioses que nosotros”, y es bien sabido que la antigua filosofía era un delicioso ramillete de religión, ciencia, gobierno e instituciones, cultivándose a la luz del día la ciencia hoy llamada oculta, “la del saber que se sabe lo que se sabe, y saber que no se sabe lo que se ignora” (“Lun Yu”, II, 17). Por eso el teósofo lusitano acaba la erudita introducción de su obra diciendo: “¡Lo que de ordinario se distingue como civilización, no se caracteriza principalmente por otra cosa que por el materialismo!”
 
En fin la introducción contiene un erudito resumen de las ideas ocultistas de Lulio, Roger Bacon, Leonardo de Pisa, Pedro de Albano, Cecco d’Ascoli, Robert Fludd, Rosenkrentz, Agripa, Cardano, Porta, Paracelso, Van Helmont, Saint Germain, etc.; un elogio a las maravillosas construcciones del pasado en los subterráneos de Ajunta, Ellora, Nagkonwat, Angkor, etc.; indicaciones preciosas acerca de los centros iniciáticos del Tíbet, los Himalayas, Egipto, etc., y una bibliografía teosófica de los libros y revistas que nos son tan queridos.
 
Continuaremos el examen de la obra del insigne ocultista portugués en sucesivos artículos.[4]
 
[Segunda Parte]
 
Bajo aquel sublime “Verso dorado” de Pitágoras que dice Hominum divina est stirpis origo, el hombre es de estirpe divina en su origen, estudia el ocultista portugués los atributos de la objetividad: las ideas concretas de materia y movimiento, y las abstractas del Espacio, el Tiempo y la Fuerza, trascendiendo esta última como Causa, a todas nuestras facultades, según dice Spencer en “Lo Incognoscible” (“Los Primeros Principios”, I, 3 y II, 3).
 
El mundo de los fenómenos es para Figanière la inestabilidad misma: “lo que está siempre en vías de ser sin nunca llegar a ser en definitiva, dejando de ser lo que fue y no siendo aún lo que luego ha de ser”, conforme al dicho de Schopenhauer. Mas, por encima de este mundo de lo concreto y transitorio, se halla Aquello que desconoce toda mudanza y sin lo cual la misma materia no tendría realidad en el espacio y en el tiempo; Aquello que tiene mil Nombres Divinos en todas las lenguas, sin que ninguno le sea adecuado por completo, a no ser el de La Palabra Perdida, que dirían los francmasones.
 
En el eterno devenir de las cosas, añade, toda causa es un efecto cuando miramos al pasado, y todo efecto, a su vez, es una causa vista hacia lo futuro. La Causa Primaria Absoluta no es, sin embargo, todavía la abstracción lógica y suprema de lo Absoluto, en el cual el sujeto Creador y el objeto o Creación se anulan y confunden. De aquí, como dice P. Janet en sus “Causes finales” (Libro II, c. 2), el que no se pueda calificar de panteísta una escuela filosófica porque profese en cierto grado la idea de la inmanencia, ya que el verdadero panteísmo europeo admite una inmanencia absoluta, negando toda acción a las entidades finitas.
 
Todo fenómeno finito o concreto es siempre un mal, por el mero hecho de ser fenómeno: una caída. El noumeno [5], por el contrario, es el bien, por lo mismo que es la abstracción del fenómeno. “Ello – la Seidad – se mueve y no se mueve; Ello está cerca siempre y distante siempre; Ello está en todo y fuera de todo, a la par”, como dicen el Chatur Veda (Isa Upanishad, sloka 5ª). La Pureza, es decir, la Unidad, es el Bien; y el Mal la Dualidad o la Impureza. Por eso este último procede siempre de la perturbación de los Principios.
 
En Ciencia Oculta la materia primordial consta de átomos no diferenciados todavía, es decir de super-átomos en que las trigunas o propiedades de tamas, ignorancia; rajas, o pasión y satwa, o estabilidad y armonía se hallan latentes en perfecta compensación o equilibrio, constituyendo el Séptimo Plano llamado Mulaprakriti, la Raíz de la Materia Eterna, frente al Eterno Espíritu, o en otros términos, la Materia no diferenciada todavía (avyaktam), literalmente lo seco, lo no acuoso, en alusión a las “Aguas Genesíacas” de que habla el primer capítulo del Génesis, mientras que el Sexto Plano es ya prakriti vyakta: “lo acuoso”.
 
Tras largas disertaciones sobre estos abstrusos temas de la filosofía adwaita, diserta el Vizconde acerca del Quinto Principio, el Akasha indo; el Pater Omnipotens Ather griego, del que el Éter de los físicos es la más grosera o inferior manifestación. Los tanmatras o maha-bhutas, es decir los rudimentos de los futuros átomos del Akasha, se desdoblan en cuatro categorías, a saber: tejas (calor, fuego); vayu (gas); appas (líquido) y prithivi (sólido), según el sucesivo grado de materialización que van adquiriendo siempre el superior sobre el inferior, al tenor del simbolismo clásico de
 
Mens agitat molem, et magno se corpore miscet (Eneida VI, 727).
 
Por ello Buddhi, el Sexto Principio de los vedantinos, es el alma animadora de la quintuplicada manifestación de los tanmatras, es decir la causa final de lo divino en el Hombre; la Sabiduría Plena, el más alto grado de la Intuición, asociado con Atman, o sea con el Séptimo Principio, mientras que las trigunas equivalen a los atributos de la Substancia Universal, de Spinoza, y la base trascendental para los fenómenos, como ha dicho Kant en el Apéndice a la Dialéctica trascendental y en la Crítica de la razón pura (Libro I, c. 3, sec. VII).
 
En cuanto al Espíritu o Atman, añade Figanière, que “decir que el Espíritu tenga algo de común con la Materia, o que entrambos sean dos estados de la misma cosa, equivale a negar una de ellas en beneficio de la otra, o bien negarlas ambas en beneficio de una incógnita que abarque a las dos. Por tanto, nada, absolutamente nada sabemos acerca del Espíritu, salvo el nombre o la idea abstracta que a tal nombre acompaña, aplicado a todo cuanto no es atribuible a la Materia, y de aquí el que Kant, al hablar Del fin de la Dialéctica trascendental (‘Crítica de la Razón Pura’, Libro I, c. 3, sec. VII), demostrase que nada concreto puede predicarse del Espíritu, porque el Espíritu es Principio regulativo, sin que haya que convertirle en Principio constitutivo, y el mero hecho de darle esta última significación conduce al fatalismo”.
 
“El Espíritu es, pues, Nada en el sentido de que no es ninguna cosa concreta y Todo, a la par, en el sentido de que al ser la Realidad Una, es todas las cosas”. La omnipresencia es lo contrario de la manifestación, porque cuanto se manifiesta, por el hecho mismo de manifestarse, ha caído bajo la ley del espacio, que es todo limitación y de aquí el aserto de Thomas More: “Dios es tan poderoso en el muladar como en el templo, porque como no es comprensible, al no estar circunscrito en parte alguna, está doquiera presente en todas”. La manifestación del Espíritu en los fenómenos varía hasta lo infinito, y por esto aquel autor, en su Parte IV de “Ética”, afirma que “no existe en la naturaleza cosa alguna concreta que no tenga por cima otra más fuerte y grandiosa”. Spinoza, guiado por su intuición más que por lo que supiese acerca de las escuelas de la India, coincide muchas veces con las enseñanzas ocultas, e igual acontece con Schopenhauer y con Hartmann, aunque este último abra un abismo entre ellas y la importancia que concede al principio teológico en los fenómenos”.
 
Tras una disertación sabia, que en nada desmerece de los primeros capítulos de “La Doctrina Secreta”, se ocupa nuestro ínclito teósofo del concepto oriental de Maya, de ese “soñar dentro del mismo sueño” cantado por Edgar Poe, y distingue en la Realidad dos estados contrapuestos: uno potencial Sel-o-ha y otro actual o de Maya.
 
Maya, pues, es el efecto natural de toda objetivación, porque esta última está ya condicionada ora por el pasado, ora por el futuro. Todo conocimiento, toda ciencia, es maya, porque para otro conocimiento u otra ciencia superior es ignorancia. Lo no real, en efecto, es cuanto está sujeto a tiempo y a mudanza, siendo como es siempre ignorancia e ilusión la absoluta incapacidad que tiene de objetivarse lo verdadero.
 
La realidad condicionada se divide en actual, o tiempo y en potencial o germen, pues, como dijo Bertram Keightley, “el mundo es un problema insoluble porque la percepción no coincide con la realidad”. En suma, Eternidad es igual a Presente, mientras que tanto el Pasado como el Futuro son Maya pura y simplemente, porque el Tiempo es la Objetivación de la Subjetividad eterna. De aquí los cinco postulados del gran problema, según Figanière, a saber:
 
“1º. El Espíritu inmanifestado, o estado uno y eterno.”
 
“2º. Influjo, hálito, o acción eterna del Espíritu.”
 
“3º. Atman o ego universal, fuente de la conciencia manifestada, correlacionado con el manvantara actual, o sea con el periodo máximo de la vida cósmica, e inseparable por tanto del segundo aspecto o Influjo.”
 
“4º. Indestructibilidad de la Materia, es decir, su persistencia eterna como germen.”
 
“5º. Inmortalidad, cuyo símbolo es el Sutratma o Hilo de Oro individualizado ya en cada germen, que constituye el alma de él derivada, el luminoso Augoeides o Taijasa, aunque entre este último término y el de Sutratma haya, según Jogindra en el Vedantasara, igual diferencia que entre el árbol y la selva de que forma parte.”
 
Dedícase enseguida el autor a conciliar su postulado 3º con los postulados 2º y 5º y el 1º con el 5º para evitar de otro modo resolverlos por el panteísmo, y al tratar de la evolución primordial tiene brillantes conceptos respecto de los Espíritus Planetarios o Dhyan-Chohanes, que coinciden con los expuestos por H.P.B. en “La Doctrina Secreta”, por lo cual los omitimos [6], como también lo relativo a las 16 encarnaciones de los egos humanos en cada subraza, por estar ello tratado en diversas obras de la literatura teosófica ulterior.
 
Es de interés, sin embargo, consignar algunos de los sabios conceptos del Vizconde respecto de la doctrina de la reencarnación en la historia religiosa.
 
“La existencia del alma desde el principio de las cosas, dice, fue doctrina de Orígenes aprendida del saber oculto de los esenios. Algunos eruditos sospechan que los evangelistas y demás lumbreras de la Iglesia primitiva bebieron en la misma fuente. San Agustín mismo, a pesar de su ortodoxia, dirigiéndose a Dios, pregunta en sus ‘Confesiones’: (I, c. 6, p. 5) ‘dic mihi, utrum alicui iam aetati meae mortuae successerit infantia mea: an illa est quam egi intra viscera matris meae? Nam et de illa mihi nonnihil indicatum est, et praegnantes ipse vidi feminas. Quid ante hanc etiam, dulcedo mea, Deus meus, fuine alicubi, aut aliquis?’ En el opúsculo, hoy rarísimo de Sandius, ‘De Origine Animae’ se cita un fragmento de la homilía número 25 de San Juan Crisóstomo, en el que se dice que la carne fue creada, no sólo para revestir al alma, sino más bien como una enemiga íntima, encargada de tentarla. Esto carecería de la debida falencia a no admitir una previa culpa por parte del alma y por tanto su preexistencia. Por ello la conclusión de Sandius es que el alma se originó fuera del cuerpo, no pudiendo hallarse otra causa racional para semejante estado que no provenga de la propia alma, al añadir que el alma no se ha criado para ser unida a la carne, sino que tal unión es a consecuencia de la culpa, juicio muy en armonía con la ley kármica. Por ello, en fin, Cicerón, al final de su célebre ‘Sueño de Escipión’, dice: ‘anima, neque nata est certe, et aeterna est’.”
 
Entre las sublimidades del capítulo que reseñamos hay una de inestimable valor, que es – al tratar acerca de la Omnisciencia de Atman, al tenor de la enseñanza de H.P.B. en la página 196 de su Five Years of Theosophy – la de aquel verso de siete palabras de Luciano, que dice:
 
Nullam rem a nihilo gigni divinitus unquam.
 
¡Nada hay que no haya sido alguna vez divino en sus orígenes!, que es una fórmula preciosa de la Verdad Eterna y del Espíritu Supremo del que han emanado todas las cosas, como las gotas de agua que el rayo de sol evapora en la informe masa del Océano, y al que han de retornar en definitiva, como retornan esas mismas gotas al movible piélago, después que han recorrido una vez más su ciclo evolutivo a través de las nubes, las tierras, las fuentes, los arroyos y los ríos…
 
NOTAS:
 
[1] La portada de la obra reza así: “Estudos Esotericos – Submundo, Mundo, Supramundo, pelo Visconde de Figanière, Gran Cruz da Ordem de Santa Anna da Russia; Enviado extraordinario e Ministro plenipotenciario que foi de Portugal em S. Petersburgo (1870-1876); Membro (Felow) da Sociedade Theosophica. Primeira parte: Evolução em geral: Metaphysica, Ontologia, Cosmogonia. – Segunda parte: Evolução humana: Fragmentos prehistoricos, Ethica, Psychomachia. – Appendice: Notas, Extractos, Elucidações. Capítulo suplementar: Novísima Luz”. – La obra está fechada en Leça da Palmeira, perto do Porto, em 29 de janeiro de 1889, y publicada en el mismo Oporto: “Livraria Internacional de Ernesto Chardron, par Lugan et Genelioux, 1889”; dedicada “a seu primo coirmão Gustavo Adolpho de Serpa Pinto, Fidalgo Cavalleiro da Casa Real, etc., etc.”  Forma un tomo en 8º y consta de 744 páginas. (Mario Roso de Luna)
 
[2] En teosofía no hay razas superiores o inferiores, ni pueblos inferiores o superiores: el ser humano es fundamentalmente uno sólo. Sin embargo, cultural y psicológicamente los pueblos tienen sus ciclos ascendientes y sus ciclos de decadencia. Los teósofos son naturalmente contrarios a todo tipo de racismo o de crueldad en contra de los pueblos indígenas, y proponen la fraternidad universal de todos os seres humanos sean cuales sean su color de piel, raza, pueblo, clase social, religión o ideología política. (Carlos Cardoso Aveline)
 
[3] “El siglo de nuestros padres,  que fue peor que el de sus antecesores, nos produjo a nosotros, que vamos a comenzar una progenie aún más viciosa que la nuestra.” La idea de Horacio no es demasiado optimista. (Carlos Cardoso Aveline)
 
[4] En realidad, solamente un artículo más fue publicado, en febrero de 1919, y que constituye la segunda parte del presente texto. (Carlos Cardoso Aveline)
 
[5] En español deberíamos decir “numen”, que equivale al griego noumenos; espíritu, quinta esencia, abstracción por sobre lo concreto. (Mario Roso de Luna)
 
[6] Los “Espíritus” no existen en la genuina acepción de la palabra. Sea cual fuere la elevación de un ser superhumano, se halla más o menos correlacionado con el espacio y con el tiempo y su esencia es más o menos material, más o menos objetiva. Los llamados “espíritus” no son espíritu, son seres etéreos, cuyo estado cambia con el tiempo, es medido por el tiempo y con el tiempo se extingue. Los devas de la India, igual que los serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados, arcángeles y ángeles de la Iglesia, constituyen la vida supramundana en sus complicadísimos aspectos, y están sujetos a la ley de la Necesidad o del Karma. (Mario Roso de Luna)
 
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                           Escudo de armas  del vizconde de Figanière
 
 
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Vea el libro “Submundo, Mundo, Supramundo”.
 
El texto “Figanière, Un Contemporáneo de Blavatsky” fue publicado en los sitios web asociados el 10 de mayo de 2018. El teósofo español Alex Rambla Beltrán hizo gran parte del trabajo editorial.
 
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En septiembre de 2016, un grupo de estudiantes decidió crear la Logia Independiente de Teósofos, que tiene como una de sus prioridades la construcción de un futuro mejor en las diversas dimensiones de la vida.
 
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