El Poder de la Primavera
y la Renovación de la Vida
 
 
George Orwell
 
 
 
 
 
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Nota Editorial de Junio 2017:
 
Helena Blavatsky escribe en “The Secret
Doctrine” que en el antiguo Egipto la rana o sapo
representaba una diosa y una deidad cósmica. [1]
Su resurrección periódica era un proceso sagrado.
 
En su artículo “Frogs and Chinamen”,
Blavatsky cita un texto del gobernador Ning-Po,
de China, que determina la protección de las ranas:
 
“Nuestros campos y jardines están habitados por ranas.
Aunque son criaturas diminutas, son, sin embargo, no
muy diferentes de los seres humanos en su forma externa,
y tampoco en la naturaleza moral. Por tanto, conservan
durante su vida un fuerte apego a su lugar de nacimiento,  
mientras durante el cansancio de las noches oscuras,
gratifican vuestros oídos ustedes con sus vocalizaciones
melodiosas. Más aún, ellos cuidan de sus futuras cosechas,
devorando saltamontes, por lo cual merecen la gratitud
de ustedes. ¿Por qué, entonces, deberían ustedes salir de
sus casas en las noches oscuras con linternas y armas
asesinas, para cazar estos útiles e inocentes seres? (…)” [2]
 
El texto “Algunos Pensamientos Acerca del Sapo
Común” es reproducido de Cazando un Elefante”,
George Orwell, Editorial Guillermo Kraft Limitada,
Buenos Aires, 1955, 200 pp. – véase páginas 191-196.
 
(Carlos Cardoso Aveline)
 
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Antes que la golondrina, antes que el narciso, y no mucho después que la campanilla blanca, el sapo común saluda la llegada de la primavera según su propia manera, que es la de emerger de un agujero de la tierra, donde ha permanecido enterrado desde el otoño anterior, y arrastrarse lo más rápidamente posible al charco de agua más próximo. Algo, una especie de temblor en la tierra, o tal vez simplemente un ascenso de temperatura de unos cuantos grados, le ha indicado que es tiempo de despertarse. Sin embargo, de vez en cuando unos cuantos sapos parecen no oír el despertador y pasan por alto un año; por lo menos, yo he desenterrado alguno más de una vez, vivo y aparentemente bien, en mitad del verano.
 
En esta época, después de su prolongado ayuno, el sapo tiene un aspecto muy espiritual, como un anglo-católico estricto hacia el final de la cuaresma. Sus movimientos son lánguidos pero determinados, su cuerpo está encogido, y por contraste, sus ojos parecen anormalmente grandes. Esto le permite a uno observar, cosa que no se podría hacer en otra época, que el sapo tiene casi los ojos más hermosos que cualquier viviente. Se parece al oro, o más exactamente a la piedra semi-preciosa de color dorado que se ve a veces en los anillos de sello, y que creo se llama crisoberilo.
 
Después de entrar en el agua, durante unos cuantos días el sapo se concentra en recuperar su fuerza comiendo insectos pequeños. Pronto se hincha hasta volver a su tamaño normal, y entonces atraviesa una fase de intenso sexualismo. Todo lo que él sabe, por lo menos si es un sapo macho, es que quiere poner sus brazos alrededor de algo, y si uno le ofrece un palo, o incluso el dedo, se adherirá a él con fuerza asombrosa y tardará mucho tiempo en descubrir que no es un sapo hembra. Frecuentemente uno se encuentra con informes masas de diez o veinte sapos que ruedan unos sobre otros en el agua, adhiriéndose entre sí sin distinción de sexo. Poco a poco, no obstante, se ordenan en parejas con el macho debidamente sentado en la espalda de la hembra. Entonces se pueden distinguir los machos de las hembras, porque el macho es más pequeño, oscuro y se sienta encima, con los brazos ceñidos fuertemente alrededor del cuello de la hembra. Al cabo de uno o dos días colocan la freza en largas hileras que serpentean por entre los junquillos y pronto se vuelven invisibles. Unas cuantas semanas más, y el agua estará animada por montones de diminutos renacuajos que crecen rápidamente, echan patas traseras, luego delanteras, y luego se desprenden de la cola. Finalmente, hacia la mitad del verano, una nueva generación de sapos, más pequeña que el dedo pulgar pero perfecta en cada detalle, sale arrastrándose del agua para comenzar el juego otra vez.
 
Cuando Llega la Primavera
 
He mencionado el desove de los sapos porque es uno de los fenómenos de la primavera que más me llaman la tención, y porque el sapo, a diferencia de la alondra y la bellorita, nunca ha sido elogiado por los poetas. Pero sé que a muchas personas no les gustan los reptiles o anfibios, y no estoy tratando de sugerir que para gozar de la primavera hay que interesarse en los sapos. Están también el azafrán, el tordo, el cuclillo, el endrino, etc. El asunto está en que los placeres de la primavera son asequibles a todos, y no cuestan nada. Hasta en la calle más sórdida, la llegada de la primavera se registra por uno u otro indicio, sea solamente un azul más brillante entre los cacharros de la chimenea o el verde intenso de un retoño de saúco en lugar devastado por la guerra. En realidad es digno de mencionar cómo la Naturaleza continúa existiendo no oficialmente, por decirlo así, en el propio corazón de Londres. He visto a un cernícalo volar sobre las fábricas de gas de Deptford, y he oído una representación de primera categoría por un mirlo en Euston Road. Debe de haber cientos de miles, si no millones, de aves que viven dentro del radio de cuatro millas, y es agradable pensar que ninguna de ellas paga un penique de renta.
 
En cuanto a la primavera, ni las calles más estrechas y sombrías que rodean el Banco de Inglaterra son completamente capaces de excluirla. Se cuela por todas partes, como uno de esos nuevos gases venenosos que pasan a través de todos los filtros. Comúnmente se habla de la primavera como de un “milagro”, y durante los cinco o seis años últimos esta gastada figura lingüística ha cobrado nueva vitalidad. Después de la clase de inviernos que hemos tenido que soportar recientemente, la primavera parece milagrosa, porque gradualmente se ha ido haciendo más y más difícil creer que va a venir. Desde 1940, todos los febreros me he encontrado pensando que esta vez el invierno va a ser permanente. Pero Pomona, al igual que los sapos, siempre resucita aproximadamente al mismo tiempo. Repentinamente, hacia fines de marzo, se produce el milagro, y el arruinado barrio en donde vivo se transfigura. En la plaza los ligustros cubiertos de hollín se han vuelto de un verde brillante, las hojas se espesan en los castaños, brotan los narcisos, brotan los alelíes, el traje de los agentes de policía ofrece positivamente una agradable sombra azul, el pescador saluda a sus clientes con una sonrisa, y hasta los gorriones son de un color completamente diferente, al haber sentido la fragancia del aire y animarse a tomar un baño, el primero desde septiembre último.
 
¿Flaqueza Urbana?
 
¿Es una maldad sentir placer con la primavera y otros cambios de estación? Para decirlo con más precisión, ¿es políticamente reprensible, mientras todos gemimos bajo las cadenas del sistema capitalista, hacer notar que la vida frecuentemente vale más la pena de ser vivida gracias al canto de un mirlo, a un olmo amarillo en octubre, o a algún otro fenómeno natural que no cuesta dinero y que no tiene lo que los editores de los periódicos de izquierda llaman la clase elevada? No hay duda de que muchas personas piensan así. Sé por experiencia que una referencia favorable a la “Naturaleza” en cualquiera de mis artículos está expuesta a proporcionarme cartas ofensivas, y aunque en estas cartas la palabra llave es por lo general “sentimental”, parece haber en ellas dos ideas mezcladas. Una es que todo placer en el verdadero proceso de la vida fomenta una especie de quietismo político. La gente, según se piensa, tiene que estar descontenta, y es nuestra tarea multiplicar nuestras necesidades y no simplemente aumentar nuestro goce de las cosas que ya tenemos. La otra idea es que ésta es la época de la máquina y que no gustar de la máquina, e incluso querer limitar su dominación es ser un retrógrado, reaccionario y ligeramente ridículo. Esta idea se halla apoyada por la proposición de que el amor a la Naturaleza es una flaqueza de gente urbanizada que no tiene noción de cómo es la Naturaleza realmente. Según este argumento, los que tienen verdaderamente que luchar con la tierra no la aman, y no se toman el menor interés en las aves o en las flores, excepto desde un punto de vista estrictamente utilitario. Para amar el campo hay que vivir en la ciudad, y tomarse simplemente un ocasional fin de semana en las épocas cálidas.
 
Se puede demostrar que esta idea es falsa. La literatura medieval, por ejemplo, incluyendo las baladas populares, está llena de un entusiasmo casi geórgico por la Naturaleza, y el arte de los pueblos agricultores, tales como los chinos y japoneses, se concentra siempre alrededor de árboles, flores, aves, ríos y montañas. La otra idea me parece equivocada en un sentido más sutil. Claro que tenemos que estar descontentos, no simplemente limitarnos a descubrir el modo de sacar el mayor provecho de todo, y sin embargo, si matamos todo placer en el verdadero proceso de la vida, ¿qué clase de futuro nos estamos preparando? Si un hombre no puede gozar del regreso de la primavera, ¿por qué tendría que estar feliz en una utopía que le ahorrara trabajo? ¿Qué hará con la comodidad que la máquina le proporcionará? Siempre he sospechado que si se llegan a resolver realmente nuestros problemas económicos y políticos, la vida se volverá más simple en vez de más compleja, y que la clase de placer que uno obtiene al descubrir la primera bellorita, se prolongará más que la clase de placer que se obtiene al comer un helado al tiempo que se escucha un Wurlitzer. Creo que es reteniendo el amor que se siente en la infancia por cosas tales como árboles, peces, mariposas y – volviendo a mi primer ejemplo -, sapos, que uno hace que sea más probable un futuro pacífico y decente, y que predicando la doctrina de que nada debe admirarse salvo el acero y el concreto, uno simplemente afianza un poco más que los seres humanos no encuentren otra salida para su energía sobrante que el odio y la adoración de un guía. [3]
 
De todos modos la primavera está aquí, en Londres, y nadie puede impedirnos gozarla. Esta es una reflexión satisfactoria. Cuántas veces he observado a los sapos, o aun par de liebres disputar un encuentro de box en el maizal, y pensando en todas las personas importantes que me impedirían gozar de ello si pudiesen. Pero afortunadamente no pueden. En tanto uno no esté realmente enfermo, hambriento, atemorizado o emparedado en una prisión o una colonia de vacaciones, la primavera es siempre la primavera.  Las bombas atómicas se apilan en las fábricas, la policía merodea por las ciudades, las mentiras fluyen por los altavoces, pero la tierra sigue girando alrededor del sol, y ni los dictadores, ni los burócratas, así profundamente desaprueben el proceso, son capaces de evitarlo.
 
NOTAS:
 
[1] “The Secret Doctrine”, H. P. Blavatsky, Theosophy Co., vol. I, página 385. (CCA)
 
[2] “Collected Writings”, H. P. Blavatsky, TPH, USA, volume XIII, p. 221. (CCA)
 
[3] La traducción de este párrafo ha sido revisada según el original en inglés (“Essays”, George Orwell, Penguin Books, UK, 466 pp., ver p. 363. (CCA)
 
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El artículo “Algunos Pensamientos Acerca del Sapo Común”  fue publicado en los sitios web asociados el 3 de junio de 2017.
 
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En septiembre de 2016, luego de un cuidadoso análisis de la situación del movimiento esotérico internacional, un grupo de estudiantes decidió crear la Logia Independiente de Teósofos, que tiene como una de sus prioridades la construcción de un futuro mejor en las diversas dimensiones de la vida.
 
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