Un Fragmento del Libro ‘Esfuerzo y Provecho’
 
 
O.S. Marden
 
 
 
 
 
Para aprovechar bien el tiempo, es necesario
trabajar con método y tener siempre  un libro a
mano. Muchos desperdician el tiempo porque cuando
se desocupan durante quince minutos no tienen
a punto nada en que emplear aquel cuarto de hora.
 
(Hamilton Wright Mabie)
 
 
Un monstruo hay en el mundo: el ocioso.
 
(Carlyle)
 
 
 
Dice Walter H. Cottingham:
 
“Quien resuelve el problema de aprovechar el tiempo todo lo posible, encuentra el modo de obtener de sí mismo el máximo provecho”.
 
Esto es particularmente verdad respecto a lo que suelen llamarse ratos perdidos y que debieran ser minutos ganados.
 
Una de las principales pruebas de la valía de un joven es el uso que hace de sus ratos de ocio.
 
¿Qué significan para vosotros los momentos en que nada tenéis que hacer? La estima en que los tengáis y el empleo que les deis serán indicio del uso que habréis de hacer de vuestra vida.
 
No hay más seguro indicio de un temple de ánimo digno de la victoria, que el anhelo de perfección, el ansia de mayor conocimiento, el vivo deseo de adelanto.
 
Cuando veo a un joven hambriento de saber, anheloso de adelanto, siempre haciendo lo posible para perfeccionarse y adquirir conocimiento de cuantas fuentes encuentra en su camino, estoy seguro de que le aguarda un brillante porvenir.
 
Mas cuando, por el contrario, veo un joven descuidado o indiferente, que tanto le monta aprender como ignorar, que en nada estima sus ratos de ocio y que no muestra deseos de perfeccionamiento, conozco que nunca llegará a ser hombre de provecho, porque no se esfuerza en lo más mínimo para llegar a serlo.
 
Muchos jóvenes incurren en el error de pensar que para su adelanto les basta con el ordinario trabajo del día, pero en cuanto atañe al adelanto en la vida y al perfeccionamiento individual nuestros ratos de ocio son aún más valiosos que el trabajo cotidiano, pues como dice el famoso teólogo inglés Jeremy Taylor:
 
“Lo que sembramos en los ratos desocupados durante unos cuantos años lo cosechamos en frutos más valiosos que cetros y coronas”.
 
En el transcurso del tiempo no hay hora ni minuto insignificante. Todos son tan preciosos como la misma vida, y las vidas de muchos hombres se labran o se estropean en sus ratos de ocio.
 
La diferencia entre aprovechar o desperdiciar los momentos desocupados ha constituido también para multitud de jóvenes la diferencia entre ser algo o no ser nada en la vida.
 
Unos cuantos minutos empleados diariamente en la lectura y en el estudio han convertido en doctos a los ignorantes, en prudentes y disciplinados a los frívolos y atolondrados, en formales y progresivos a los indiferentes y apáticos.
 
El útil empleo del tiempo sobrante ha transmutado en éxitos los fracasos, en notabilidades a las medianías, en vigorosos a los débiles, en robustos a los enfermizos, en hombres útiles a los que estaban fronterizos a la perdición.
 
Oímos decir a muchos que los ordinarios trabajos de su profesión no les dejan tiempo libre que emplear en otra cosa, pero esto es tan falto de razón como si dijeran que de nada sirve ahorrar dinero en un banco porque con poco hay bastante para satisfacer las cotidianas necesidades.
 
Quien no empieza por ahorrar lo poco ¿cómo será capaz de ahorrar lo mucho?
 
El hábito de gastar tanto como se gana perdurará por muy crecidas que sean las ganancias, pues por regla general, quienes no saben ahorrar de las ganancias menores tampoco sabrán ahorrar de las mayores.
 
De la propia suerte quien no empiece por aprovechar las horas libres no contraerá el hábito de perfeccionamiento individual ni hará mejor uso de más dilatados ocios cuando le sobrevengan, que el que hace de los momentos insensatamente desperdiciados.
 
Aparte del ordenado plan de trabajo y estudio hay mil medios de obtener provecho del esfuerzo realizado durante los ratos libres.
 
Podemos emplearlos en revisar nuestra labor, en trazar nuevos planes, en hacer el inventario de nuestras personales condiciones y el recuento de nuestras fuerzas, en examinar nuestra conducta para ver dónde resbalamos, tropezamos y caímos, y enmendar nuestros errores.
 
También podemos aprovecharlos para reafirmar nuestros ideales, dar nuevo estímulo a nuestros legítimos anhelos de modo que no se debiliten, y renovar la resolución de dar eficacia a nuestra vida y de llevar a cabo algo meritorio.
 
No hemos de perder el tiempo porque nuestra ordinaria labor se interrumpa durante unos cuantos minutos. Siempre podemos desviarnos entretanto hacia algo con que aprovechar ventajosamente el tiempo, estemos donde estemos y hagamos lo que hagamos, pues aunque en tan breve lapso no sea posible ni fuera conveniente emprender otra labor material, cabe conversar con nosotros mismos en íntimo soliloquio para estimularnos a mayores esfuerzos.
 
En efecto, podemos aprovechar los ratos que otros pierden y hacer de ellos elementos de suma utilidad en nuestra vida.
 
Nuestra mente es nuestro reino y podemos convertirlo en reino de inspiración mediante las posibilidades del recto pensar en los momentos de ocio forzoso y visualizando y afirmando nuestros deseos, esperanzas, anhelos y aspiraciones, de suerte que mantengamos el pensamiento del éxito respecto a nuestro porvenir.
 
Los ratos libres son certeros reveladores del carácter, porque entonces no estamos obligados a las forzosas tareas de nuestra ordinaria profesión, sino que podemos dar rienda suelta a nuestras inclinaciones, gustos y preferencias para lograr los objetos que deseamos y hacer lo que mayormente nos complace.
 
Durante el trabajo diario, sobre todo si trabajamos por cuenta ajena, nos vemos en cierto modo limitados y compelidos, pues formamos parte de un complejo sistema de trabajo en el que la personalidad queda obscurecida, de suerte que no se echan de ver las aficiones, gustos y deseos propios de cada uno; pero cuando queda en libertad de hacer lo que le plazca, entonces se manifiesta sin máscara ni disfraz la auténtica personalidad.
 
En este fenómeno psicológico se fundan los modernos sistemas de educación, que, contrariamente a los funestísimos del antiguo régimen escolar, conceden al educando la necesaria libertad para que espontáneamente manifieste las cualidades de su carácter, entre las que se cuentan sus naturales aptitudes.
 
En las biografías de los personajes célebres se encuentran varios casos de quienes, para su autoeducación, para hacerse hombres, aprovecharon cuantos ratos les dejaban libres sus cotidianas obligaciones.
 
Mucho debe la civilización mundial a quienes, nacidos en la pobreza y en posición social de inferioridad, labraron su fortuna en sus ratos libres y se sobrepusieron a su ambiente y desbarataron los obstáculos que les impedían adelantar en su camino.
 
Cada vez que suena el reloj nos recuerda que va pasando la vida y que dejamos parte de ella tras nosotros y fuera de nuestro alcance.
 
Cada vez que tictiquea el reloj nos dice que ha lanzado a la eternidad otro segundo de nuestra vida, que, si no lo hemos aprovechado, nos será imposible recuperar.
 
Cada momento, cada hora, cada día perdido será en el porvenir un testigo de cargo contra nosotros y nos acusará de haber desperdiciado el tiempo, que vale tanto como la vida, porque tiempo es la vida y la vida es tiempo.
 
La mayoría de las gentes podrían aprovechar mejor el tiempo si rectificaran su distribución durante el día.
 
Por lo general dormimos demasiado, y es muy frecuente la mala costumbre de permanecer despiertos en la cama largo rato antes de la hora en que las obligaciones cotidianas nos sacan de entre sábanas.
 
Mayormente aprovechan siete horas de sueño tranquilo y profundo que nueve revolviéndose en la cama.
 
Pensemos en lo que significa substraer una hora diaria a la pereza para entregársela a la laboriosidad.
 
A menudo oímos decir a las gentes que no tienen tiempo para leer ni estudiar, pues todo se lo absorben sus ocupaciones profesionales.
 
Parece como si de ello se dolieran y, sin embargo, no se determinan a sacudir la apatía mental que los domina.
 
Lo cierto es que si tuvieran doble tiempo de asueto del que tienen, tampoco encontrarían un rato libre para dedicarlo a su mejoramiento.
 
A quien le interesa vivamente una cosa no le falta tiempo para ocuparse en ella, pues cada cual tiene tiempo para aquello en que de veras ha puesto su corazón.
 
Conviene representarnos imaginativamente lo que al cabo del año es posible hacer con poco esfuerzo y mucho provecho durante quince minutos ganados a la ociosidad o la negligencia durante las veinticuatro horas del día.
 
Eliot, el que fue rector de la universidad de Harvard, decía que quince minutos empleados diariamente en instructivas y provechosas lecturas con acierto escogidas podrían ampliar la mentalidad de un joven aplicado, hasta el punto de suplir los cursos académicos y convertirlo al cabo de cuatro años en hombre de vasta cultura.
 
Pues si tanto significa la ganancia de quince minutos diarios, ¿qué no será el provecho allegado por una hora diaria de estudio?
 
Quienes por verse pobres se figuran que no han de tener suerte, se asombrarían si conocieran las riquezas que atesora una mente cultivada, lo que vale un talento prudentemente ejercitado durante los minutos ganados al aburrimiento del ocio.
 
Pocos se dan cuenta del tiempo de que realmente pueden disponer para emplearlo en su mejoramiento.
 
Quienes dicen que no les queda tiempo para leer libros o revistas ni para mejorarse en modo alguno, no saben lo que es ahorrar tiempo.
 
No se percatan del que desperdician en vanos pensamientos, vagas distracciones, inútiles esperas, fútiles devaneos y necias conversaciones.
 
Pensad en lo que un Lincoln hubiera hecho con los minutos que diariamente se desperdician, y aún peor que desperdiciar, porque están formando la viciosa costumbre de malgastar el tiempo, lo que desmoraliza la conducta.
 
El hábito del mejoramiento individual decuplicará la eficiencia de cuantos jóvenes lo contraigan, porque lo cierto es que la mayoría aún no se dan cuenta del formidable poder subyacente en el conocimiento ni se percatan de las infinitas posibilidades dimanantes de acumular dicho poder ganando al ocio, a la distracción y aun a cosas mucho peores los quince minutos que pueden emplearse en el acrecentamiento de la potencia mental.
 
Cuando los jóvenes acuden a mí en demanda de consejo sobre el modo de hacer cuanto de mejor les sea posible, siempre les pregunto qué valor dan al tiempo.
 
Si veo que se afanan por aprovechar cuantos granos de arena van pasando por el reloj de su vida, estoy seguro de que poseen otras excelentes cualidades prometedoras de éxito, pues estas cualidades van siempre unidas a la del aprovechamiento del tiempo y nunca concurren en los caracteres frívolos y ociosos.
 
Si el joven que se lamenta de su suerte, que se queja de falta de oportunidad y declara que no tiene tiempo para cultivar su entendimiento y por consiguiente mejorar de posición, computara los minutos que pierde cada día en cosas insubstanciales, se convencería de que si los aprovechara sumarían tiempo sobrado para realizar sin fatigoso esfuerzo aquello en que resueltamente se empeñara.
 
Quien vehementemente desea hacer una cosa, siempre encuentra los medios y le queda tiempo para hacerla.
 
Si buscamos el tiempo que se llama perdido lo encontraremos para aprovecharlo en nuestra cultura.
 
James T. Howe conducía un coche mecánico que prestaba servicio de diligencia desde la estación ferroviaria de Chicago hasta el pueblo de Galesburg, en el Estado de Illinois, y en los intervalos entre los viajes que le ocupaban cuatro horas diarias y ocho en días alternos, estudió la carrera de leyes con sobresaliente aprovechamiento y una vez doctorado fue prestigiosa autoridad en todo lo referente a la organización ferroviaria e intervino activamente en la vida política del Estado.
 
Robert H. Hibberd desempeñó durante siete años el cargo de agente de policía, y mientras estaba de servicio rondando por la demarcación, conciliaba sus deberes de vigilancia con el estudio de las asignaturas de la carrera de leyes, cuyos libros de texto desencuadernaba para llevar cómodamente las necesarias hojas en el bolsillo.
 
Por fin se recibió de abogado a los 28 años de edad sin que ni por un momento hubiera faltado a su deber mientras desempeñó el servicio de policía.
 
En España hay muchos médicos, farmacéuticos y practicantes, algunos de los cuales han llegado a las cumbres de la fama, que cursaron libremente la carrera, aprovechando para el estudio los ratos que forzosamente les dejaba desocupados el oficio de barbero.
 
El batallador periodista y polígrafo francés León Daudet, hijo del famoso autor de Sapho, refería tiempo atrás en su periódico L’Action Française que el chófer de un taxi con parada en las inmediaciones de la Cámara de Diputados, en vez de perder el tiempo en conversaciones insubstanciales o maldicientes con sus compañeros de oficio, leía en sus ratos libres una traducción francesa de la Historia de Roma de Mommsen, y como conocía de vista al popular paladín de la restauración monárquica en Francia, se atrevió a preguntarle una vez algo referente a las opiniones sustentadas por el fogoso escritor en la novela histórica titulada Sila y su destino.
 
León Daudet departió gustosamente largo rato con el chófer acerca de la guerra social de los romanos, de las rivalidades de Mario y Sila, y la misión que este último desempeñó durante su dictadura perpetua.
 
La verdad es que no cabe negar a Francia la hermosa cualidad de amante y fomentadora de la cultura clásica, que, no obstante sus detractores, es la que mayormente sirve a la evolución del espíritu.
 
No solo los hombres de carrera, sino los industriales, comerciantes, dependientes, empleados, revisores de trenes, maquinistas, barberos y chóferes aprovechan los ratos de ocio en lecturas verdaderamente dignas por su positivo provecho del esfuerzo empleado.
 
Así se comprende que libros sobre materias tan poco amenas como los tratados de filosofía de Maritain, los ensayos críticos de Massis, los religiosos de Couchaud y otros de parecida índole se vendan allí en cantidades muy superiores a las que en España alcanzan los más populares novelistas.
 
Es muy provechoso llevar siempre consigo la edición de bolsillo de un buen libro, para aprovechar el tiempo mientras se espera la llegada o salida del tren, o hay que hacer antesala en el gabinete del médico o del dentista, o consumirse de impaciencia cuando alguien se retrasa a determinada cita.
 
Una vez contraída esta costumbre, se admirará quien la contraiga de ver cuántas posibilidades de adelanto le proporciona.
 
En todas las naciones cultas hay ejemplos de hombres que aprovecharon los ratos perdidos, que para ellos fueron minutos ganados, en estudiar libremente una carrera, no obstante tener ocupadas diez, doce y hasta catorce horas diarias en su ordinario trabajo.
 
Si los millares de jóvenes que se consumen sin esperanza ni anhelo de adelanto en subalternas posiciones y empleos mezquinamente retribuidos o de índole contraria a sus naturales aptitudes, en vez de malgastar el tiempo siguieran el ejemplo de aquellos hombres insignes que a pesar del atraso de su época en punto a medios y ocasiones de educación, aprovecharon para acrecentar su cultura todos los momentos de que podían disponer libremente, muy otro sería su porvenir y podrían ocupar más adelante cargos de confianza y responsabilidad.
 
Si el tiempo que desperdician en lamentarse de su mala suerte y de lo mal retribuidos que están lo empleasen en adquirir conocimientos de utilidad en la vida práctica, nadie les impediría mejorar de posición.
 
Guillermo Chambers, famoso filántropo y literato escocés, propietario del popular Chambers’s Journal y autor de la obra titulada Historia de Francia y sus revoluciones, en una reunión de jóvenes celebrada en Edimburgo, se expresó en los siguientes términos:
 
“No recibí otra instrucción que la deficientísima que cuando niño se daba en las pobres escuelas rurales de Escocia; pero al trasladarme a Edimburgo, pobre y desvalido, dediqué la primanoche, luego de terminada mi diaria labor, al cultivo del entendimiento que Dios me había dado.
 
De siete de la mañana a nueve de la noche estaba sujeto a mi trabajo de aprendiz en una librería, y robaba horas al sueño para estudiar. Os aseguro que no leía novelas, pues mi atención se concentraba en conocimientos útiles y en aprender idiomas, hasta el punto de que aprendí el francés sin maestro.
 
Recuerdo aquellos tiempos con sumo placer y no me disgustaría volver a afrontar las mismas contrariedades y vencer los mismos obstáculos.
 
Era más dichoso cuando sin un penique en el bolsillo estudiaba en mi buhardilla de Edimburgo, que ahora cuando me siento rodeado de todos los refinamientos y elegancias de un lujoso salón”.
 
El joven que verdaderamente aspire a mejorar de posición y sea sincero consigo mismo, pero que no aproveche en su individual mejoramiento los ratos que su trabajo profesional le deje libres, no podrá menos de avergonzarse al leer lo que en minutos ganados al ocio hicieron los hombres que a sí mismos se formaron y por su personal esfuerzo ascendieron de la pobreza a la riqueza, de la ignorancia a la cultura y de la obscuridad a la nombradía.
 
Despertad, ¡oh!, jóvenes, y daos cuenta de la riqueza moral, intelectual y material escondida en vuestros ratos de ocio.
 
La mente cultivada y el carácter disciplinado son los peldaños por los que quien está en posición subalterna asciende a otra superior.
 
Todo joven deseoso de progresar puede adquirir ambas prendas en sus ratos de ocio.
 
La hora robada al descanso, al sueño o al recreo e invertida en el estudio es como simiente que en el porvenir da por fruto la realización de un buen propósito.
 
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Nota Editorial de 2023
 
 
El texto anterior es reproducido de la obra “Esfuerzo y Provecho”, de O. S. Marden, Antonio Roch Editor, Barcelona, 328 pp., edición sin fecha pero seguramente de la primera mitad del siglo veinte, con traducción de Federico Climent Terrer.
 
Se trata de las páginas iniciales del capítulo “Minutos Ganados”, de la 45 a la 63.
 
Omitimos de esta transcripción, por estar históricamente desactualizado, el texto que va desde la página 50, comenzando con las palabras “Los maestros de antaño”, hasta la línea dos de la página 52. Omitimos también el tramo que va desde la página 52, comenzando con las palabras “Decía el”, hasta la línea 4 de la página 54. Nuestra transcripción se interrumpe en la página 63, porque la meta fue seleccionar del capítulo su parte teosóficamente más importante. El capítulo “Minutos Ganados” avanza hasta la página 79 y, es todo él, valioso. Recomendamos a nuestros lectores y amigos el estudio de la obra “Esfuerzo y Provecho” en su totalidad.  
 
(Carlos Cardoso Aveline)
 
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El artículo Cómo Ahorrar Tiempoestá disponible en los sitios web de la Logia Independiente de Teósofos desde el 15 de junio de 2023. Sus primeras páginas forman parte de la edición de junio de 2023 de “El Teósofo Acuariano”.   
 
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