Una Reflexión Sobre Cómo Caminar
 
 
Carlos Cardoso Aveline
 
 
 
 
 
Lo que posibilita el verdadero camino espiritual no es la creencia, sino el aprendizaje. Las dos cosas llevan a situaciones muy diferentes.
 
Una creencia que no puede ser cuestionada es algo cómodo, confortable, estático y sin vida. Conduce solamente a la ampliación de la ignorancia, que puede ocultarse bajo una elegante palabrería espiritual. El aprendizaje, en cambio, es dinámico, estimulante, incómodo, desafiante, frecuentemente doloroso, y lleva a la sabiduría.
 
El diccionario define “pedagogía” (del griego “paidagogia”) como teoría y ciencia de la educación y de la enseñanza. Y hay que añadir al menos cuatro ideas a esta definición:
 
Primero, que el centro de todo proceso pedagógico es el aprendizaje. Segundo, que el aprendizaje auténtico solo puede ocurrir en la medida en que el estudiante piense con independencia. Tercero, que todos nos enseñamos unos a otros en todo momento. Y cuarto, que enseñamos y aprendemos a través tanto del ejemplo como de las palabras.
 
El verdadero aprendizaje teosófico no tiene como base la memorización ni la imitación. La prioridad no es ser políticamente correcto, sino seguir la voz de la conciencia. El caminante pasa a asumir la responsabilidad por todo lo que hace. No pierde tiempo o energía rechazando los hechos y circunstancias. Adopta un ideal y trabaja a la luz de su meta. Está dispuesto a identificar, enfrentar y corregir sus propios errores. Sabe que necesita desarrollar virtudes opuestas y complementarias. Entre ellas están la audacia y la prudencia, el coraje y el sentido común, la perseverancia y la humildad, la confianza y el discernimiento, el autoconocimiento y el autoolvido.
 
La discusión pedagógica estimula la observación crítica del proceso de aprendizaje y constituye un tema central en la agenda teosófica. Los factores pedagógicos son constantemente abordados en las cartas de los Mahatmas.
 
Por otro lado, la marca registrada de la pseudoteosofía y del pseudoesoterismo es que no ponen en discusión ni aceptan cuestionamientos sobre sus procesos de investigación, enseñanza y aprendizaje. Necesitan obtener la creencia ciega por parte de sus seguidores, y esto se debe a un motivo muy simple: su pedagogía y su supuesto conocimiento no resisten un examen crítico.
 
Por tanto, uno de los principales errores pedagógicos de la espiritualidad desinformada es imaginar que un individuo espiritualizado debe “creer” en tal o cual cosa. Otra ilusión es pensar que el aprendiz necesita transformarse en un robot sonriente y tratar de “escuchar en todo momento solo a su yo superior”.
 
Helena Blavatsky, la fundadora del movimiento esotérico moderno, no adoptaba la pose externa de alguien que representa el papel de sabio. Al contrario, ella dejaba sus errores humanos a la vista. Frecuentemente parecía impaciente y excesivamente emocional. Igual despreocupación con su “imagen” vivían Damodar K. Mavalankar y otros discípulos avanzados en el siglo XIX. En las cartas de los Mahatmas, podemos ver que ni siquiera los Maestros de Sabiduría se presentan como seres “perfectos” o como objetos de adoración personal.
 
Lo que hacen los discípulos y aspirantes al discipulado, eso sí, es observar sus motivaciones en la vida, purificarlas, y VIVIR PARA BENEFICIAR A LA HUMANIDAD. Esto los libera de la hipocresía y de la falta de sinceridad, y es más que suficiente para comenzar a aprender. El aprendiz sensato practica la moderación en el yo inferior, vive los preceptos éticos y abre espacio al punto de vista del alma inmortal en cada aspecto de la vida.
 
Cuando un individuo tiene el privilegio de conocer y adoptar una pedagogía espiritual auténtica, no intenta hacer el papel teatral de santo delante de los demás o de sí mismo. Él dedica su existencia a un ideal noble. Sabe que el autoperfeccionamiento es algo cuyo resultado se da a lo largo de varias encarnaciones, pero también percibe que cada pequeño avance interno, obtenido aquí y ahora, cuenta mucho.
 
Entre la credulidad y el escepticismo, elegir el sentido común y el equilibrio es el camino probatorio, es decir, el camino experimental. El aprendizaje filosófico correcto reúne el sueño más elevado y la práctica más concreta. En él, el aprendiz pone a prueba y es puesto a prueba. Todo debe ser examinado a cada paso. Cuando la pedagogía es legítima, el aprendiz crea gradualmente su propia gramática para comprender mejor el camino espiritual. Él aprende a ver la vida desde el punto de vista de su karma y dharma individuales, es decir, de sus condiciones objetivas y de su potencial sagrado.
 
Así pues, para practicar la enseñanza, el aprendiz no debe hacer mecánicamente esto o aquello. Debe promover la expresión de la enseñanza en el día a día de su vida y percibir poco a poco lo que es posible hacer, lo que es más útil, y cómo obtener niveles crecientes de coherencia. Él observa sus propios errores y aciertos sin desánimo o euforia. Él aprende también de los errores y aciertos ajenos. Discute el camino con sus compañeros de camino. Estudia y abandona lo que ya sabe que es ilusorio.
 
En la búsqueda auténtica de la verdad, no hay espacio para pensar: “Ya he aprendido lo suficiente”. Cuanto más aprende uno, más es capaz de aprender. Al progresar, uno se siente más humilde, más agradecido, y se vuelve más dispuesto a aprender nuevas lecciones, aunque sean incómodas.
 
Por tanto, el aprendizaje teosófico es mucho más amplio, dinámico y desafiante que algo basado en la mera obediencia. Pensar que existe una elección simple y definitiva entre espiritualidad y materialismo constituye una fuga del esfuerzo necesario para comprender la vida en su complejidad.
 
Los intentos de negar el carácter dinámico y contradictorio de la existencia humana están unidos a un determinado nivel de pereza mental, pero eso no es todo. El acto de huir también es alimentado por la falta de coraje para asumir una responsabilidad más seria ante la propia vida de uno. Otro factor es el miedo de confrontar el hecho de la inevitable muerte física de uno en algún momento futuro, y la necesidad y la oportunidad de comprender y experimentar la Vida Mayor antes de que eso ocurra. La situación provoca una tensión creativa.
 
La caminata en búsqueda de la sabiduría eterna genera áreas de intensa incomodidad en el alma mortal. ¿Cómo lidiar, por ejemplo, con la ansiedad que surge al ver una distancia apreciable entre el ideal y la práctica?
 
Este tipo de incomodidad es una buena señal si va acompañada de calma y sentido común. Quien adopta un ideal elevado que requiere varias encarnaciones para ser alcanzado debe estar dispuesto a enfrentar una distancia entre el ideal y la práctica que será, inicialmente, muy significativa.
 
Es necesario enfrentar una cierta dificultad de caminar en la dirección deseada, porque toda meta valiosa está, por definición, relativamente distante. En caso contrario, no valdría la pena alcanzarla. Pero una larga caminata empieza con el primer paso, y entre los primeros pasos del camino teosófico podemos destacar estos dos:
 
A) Adoptar una meta de vida clara y noble.
 
B) Caminar hacia la meta elegida con paciencia y determinación, a través de un esfuerzo sosegado, duradero y que apunte al largo plazo, pero valorando cada ciclo de 24 horas.
 
Para el aprendiz de la sabiduría universal, no hay nada como un día tras otro, porque los ciclos cortos contienen las semillas de los ciclos largos, y cada día equivale a una pequeña encarnación.
 
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El artículo “La Pedagogía Teosófica” es una traducción del portugués y la tarea ha sido hecha por Alex Rambla Beltrán, con apoyo de nuestro equipo editorial, del cual forma parte el autor. Texto original: “A Pedagogia Teosófica”. La publicación en español ocurrió el 26 de agosto de 2022.
 
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