La Inteligencia Espiritual Parece
Una Tontería a  Ojos  del Mundo
 
 
Carlos Cardoso Aveline
 
 
 
 
 
En la vida acelerada del mundo de hoy, todos desean ser inteligentes, vivos y astutos.
 
Nadie quiere quedarse atrás; cuando tú vas, los demás ya están volviendo. Nadie dice ya frases con segundas intenciones: dicen cosas con terceras, cuartas o quintas intenciones. Frases que, con suerte, un desconocedor del asunto necesita varias horas para descifrar y tal vez dos o tres días para imaginar una respuesta a la altura.
 
En compensación, alguien que dice directamente lo que piensa acaba provocando escándalos y malestar. Es inmediatamente catalogado como peligroso y tratado como un idiota. La sinceridad parece contrariar las normas de la convivencia y de la buena educación modernas. Así pues, las personas bien educadas son amables, pero no siempre se debe creer en lo que dicen.
 
La idiotez es un tema vasto, con muchos aspectos diferentes, y ocupa un lugar destacado en la cultura de las distintas naciones.
 
Lo que despreciamos es, con frecuencia, el reflejo de algo presente en nosotros. Cada pueblo suele proyectar la idea de idiotez sobre la población de algún otro país y, tal vez, sobre los habitantes de una de sus propias ciudades o regiones. Lo mismo ocurre en el plano individual. Cuando examinamos la cuestión de la inteligencia y de la idiotez, surgen algunas preguntas indiscretas. ¿Qué es la inteligencia? ¿Qué es la estupidez? ¿Cuántos tipos de idiotas hay?
 
Podemos decir que la inteligencia es la capacidad de percibir lo real. Como hay realidades muy diferentes en el mundo, no existe un tipo único de inteligencia. Cada situación de la vida requiere un tipo específico de percepción, y por eso las inteligencias son múltiples. La idiotez y la estupidez pueden ser definidas como la incapacidad de percibir lo real, y son tan variadas como las inteligencias. Por tanto, hay muchos tipos de idiotas. Algunos de ellos son unos listillos. Sí, hay muchos idiotas que pasan por inteligentes, y también hay un gran número de personas inteligentes que pasan por idiotas.
 
Además, quien es inteligente en un área de la vida puede ser burro en otras. Puedes ser experto en política y burro jugando al fútbol. Tu novia puede ser menos intelectual que tú a la hora de hablar de filosofía, pero hay aspectos de la vida en los que te gana por goleada. Hay cosas que tus hijos hacen mucho mejor que tú, como, tal vez, comprender las sutilezas de un videojuego o un ordenador. Afortunadamente, tener sabiduría no es saberlo todo. Tener sabiduría es saber lo más importante y administrar bien los talentos propios.
 
De los innumerables tipos de idiotas, uno de los más interesantes fue examinado por François Rabelais, escritor francés del siglo XVI. Él abordó la imbecilidad pedante específica de los “eruditos” que usan palabras complicadas para no decir nada. Cierto día, uno de ellos, cuenta Rabelais, hizo una larga investigación para saber “si una entidad imaginaria que zumba en el vacío es capaz de devorar segundas intenciones”. Otro quería saber “si una idea platónica, dirigiéndose hacia la derecha, bajo el orificio del Caos, podría alejar los átomos de Demócrito”.
 
Un tercero investigaba “si la frialdad invernal de las antípodas, siguiendo una línea ortogonal a través de la homogénea solidez del centro, podía, por una delicada antiperístasis, calentar la convexidad de nuestros talones”. Rabelais califica a tales idiotas eruditos como profesores ciegos de discípulos ciegos, “que andan a tientas en un cuarto oscuro en busca de un gato negro que no se encuentra ahí”.[1] Tales individuos eran precursores de Rolando Lero, el gran erudito que iluminó la televisión brasileña en la década de 1990. No es del todo imposible encontrar este tipo de investigador elaborando tesis posdoctorales en ciertas universidades.
 
Conozco seres humanos que tienen tanto miedo de parecer burros que aplauden – o al menos fingen comprender – este tipo de raciocinio largo, difícil y carente de significado. Pero tal vergüenza es innecesaria: dejando de lado el miedo de parecer idiotas, perderemos menos tiempo fingiendo y seremos más felices.
 
El ejemplo de Albert Einstein, uno de los mayores genios de la ciencia moderna, es ilustrativo. En los inicios de su vida, se negó a hablar hasta los tres años de edad. Sus padres – personas sensatas – pensaban que era un retrasado mental. Más tarde, cuando Einstein ingresó en la escuela, fue otra vez considerado imbécil. Su biógrafo se ve obligado a admitir:
 
“Para los compañeros de clase, Albert era una anomalía que no mostraba ningún interés por el deporte. Para los profesores, era un idiota que no conseguía memorizar nada y se comportaba de modo extraño. En vez de responder inmediatamente a una pregunta, como los otros alumnos, siempre titubeaba. Y cuando respondía, movía los labios en silencio, repitiendo las palabras”. [2]
 
Décadas más tarde, Einstein reaccionó. Calificó nuestro moderno sistema educativo como una estructura que reprime la inteligencia y busca fabricar idiotas obedientes:
 
“La humillación y la opresión mental impuesta por profesores ignorantes y pretenciosos causan daños terribles en la mente joven; daños que no pueden ser reparados y que, por lo general, ejercen influencias maléficas en la vida futura”.
 
Y también:
 
“La mayoría de profesores pierden el tiempo haciendo preguntas para descubrir lo que el alumno no sabe, cuando el verdadero arte consiste en descubrir lo que sabe o es capaz de saber”. [3]
 
El sabio, el santo y el idiota tienen mucho en común, no solo entre sí, sino también con los árboles y los animales. Todos ellos viven en un estado de comunión con todas las cosas que es independiente del pensamiento lógico. Eso contraría a la inteligencia situada en el hemisferio cerebral izquierdo, que etiqueta y clasifica todas las cosas. A esa inteligencia le gusta aparentar tener el monopolio de la consciencia. De hecho, este es uno de los grandes obstáculos para la práctica de la meditación: la mente pensante no acepta dar el poder a la mente que contempla y que comprende la verdad sin necesidad de pensamientos.
 
La primera frase de los famosos “Yoga Sutras de Patanjali”, el tratado milenario sobre Raja Yoga, afirma: “Yoga es el cese de las modificaciones de la mente”. Para alcanzar la hiperconsciencia, el estado mental de éxtasis divino, es necesario paralizar momentáneamente la mente inferior. El sabio es un ser que renunció a la inteligencia convencional y optó por una percepción que la mente común no consigue captar. Por eso, incluso en el siglo XXI, si aquel que ingresa en el camino espiritual no se anda con cuidado, puede ser considerado un loco o idiota por sus parientes y amigos. Pero, desde el punto de vista del sabio, la situación se invierte y el idiota es quien está encerrado en la lógica del mundo externo.
 
Generalmente, el ser humano vive inmerso en ilusiones que él mismo creó. Para obtener la sabiduría, él debe aprender algunas cosas y desaprender otras. Helena Blavatsky escribió:
 
“La primera condición necesaria para obtener el autoconocimiento es volverse profundamente consciente de la ignorancia; sentir con todas las fibras del corazón que uno se engaña a sí mismo sin cesar. El segundo requisito es la convicción aún más profunda de que ese conocimiento – ese conocimiento intuitivo y cierto – puede obtenerse a través del esfuerzo. El tercer factor, y el más importante, es una determinación invencible de obtener y enfrentar el conocimiento”. [4]
 
Casi todo el potencial de la mente humana aún no ha sido desarrollado. La ciencia reconoce que usamos una parte muy pequeña del cerebro. El problema no es, pues, que seamos un tanto limitados mentalmente. Lo lamentable es que, siendo limitados, nos consideramos extremadamente inteligentes. El filósofo Sócrates, escogido como el hombre más sabio de Grecia, explicó:
 
“Yo y los hombres notables de Atenas no sabemos nada, y la única diferencia entre yo y ellos es que yo, no sabiendo nada, sé que no se nada, mientras que ellos, no sabiendo nada, piensan que saben mucho”.
 
Siguiendo la misma línea de razonamiento, el pensador español Baltasar Gracián constató:
 
“El mayor necio es el que no se lo piensa y a todos los otros define. Para ser sabio no basta parecerlo, menos parecérselo (…). Con estar todo el mundo lleno de necios, ninguno hay que se lo piense, ni aun lo recele”. [5]
 
Cuando superamos la necesidad de parecer inteligentes y dejamos de lado el miedo de parecer idiotas, liberamos nuestro potencial creativo y nuestra capacidad de conocer nuevos aspectos de la consciencia. Cuando tenemos el coraje de poner toda nuestra mente en algo, parecemos tontos y distraídos desde el punto de vista de los aspectos del mundo que optamos por ignorar completamente. Un ejemplo claro de ello nos lo da la historia del gran científico que camina absorto por la calle, cerca de su universidad, cuando se encuentra a un compañero y se paran a hablar un minuto. Al despedirse, el científico pregunta a su compañero:
 
– Dime, amigo, ¿en qué dirección estaba caminando?
 
– Estabas yendo hacia allá ­- señala el otro.
 
– Ah, gracias – agradece el sabio distraído-. Eso significa que ya almorcé.
 
La relativa idiotez de los sabios se muestra en otro ejemplo, el del famoso escritor inglés G. K. Chesterton. Él vivía en Londres cuando aún no había teléfonos, y vivía en un mundo tan abstracto que, una vez, se quedó esperando noticias de su esposa en una agencia de correos después de mandarle el siguiente telegrama:
 
“Querida, estoy en el mercado Harborough. Pero ¿dónde debería estar, haciendo qué?”. [6]
 
En la novela “El idiota”, el escritor Fiódor Dostoievski describe a un Cristo moderno que aparece en Rusia con 26 años de edad y se comporta como un idiota desde todos los puntos de vista prácticos. No tiene la coraza de autodefensa que caracteriza al tipo moderno de ciudadano “inteligente”. Por eso las personas se ríen en su cara y él se ríe junto con quienes lo desprecian. Le llaman burro – y él concuerda amablemente, porque solo sabe decir la verdad – y percibe que, realmente, no tiene la astucia de sus perseguidores.
 
León Myshkin, el Cristo-príncipe de Dostoievski, es epiléptico. El escritor describe sus ataques como momentos de iluminación mística: “No podía dudar ni admitir siquiera la posibilidad de la duda; sobre si en aquellos instantes había, en efecto, ‘belleza y plegaria’, si eran realmente ‘la mayor síntesis de la vida’. (…) [Y él] veía demasiado claro que la consecuencia evidente de esos minutos inefables era la imbecilidad, el obscurecimiento de sus facultades, el idiotismo”. [7]
 
Dostoievski tenía razón en más de un sentido. Epilepsia aparte, hay un hecho que pocos estudiosos del camino del autoconocimiento confiesan abiertamente: cuando se despierta la inteligencia espiritual, se pierde, irremediablemente, la inteligencia astuta que permite cosas como mentir hábilmente, usar halagos cuando conviene y decir la verdad solo cuando esto conlleva algún beneficio.
 
De este despertar viene la sensación de no saber nada ante el mundo. La expansión mística de la consciencia trae consigo una inocencia idiota en relación con la realidad externa. Es por eso por lo que los sabios renuncian a la agitación y a todas las formas de astucia asociadas con ella, y prefieren optar por una vida retirada. Quien desea alcanzar la consciencia celestial debe abandonar la inteligencia egoísta y asumir, en ciertos asuntos, la apariencia de un atontado.
 
“La razón echó a Dios a latigazos en medio de los locos”, escribió Louis Pauwels. [8] Y el escritor sufí Idries Shah – gran pensador del islamismo místico – escribió un libro titulado “La Sabiduría de los Idiotas”. Al inicio de la obra, Idries Shah explicó:
 
“Frecuentemente, los sabios sufíes consideran una locura lo que los hombres de pensamiento estrecho imaginan que es sabiduría. A su vez, los sufíes se llaman a sí mismos ‘idiotas’. Por una afortunada casualidad, la palabra árabe que significa ‘santo’ (wali) tiene la misma equivalencia numérica que la palabra que significa ‘idiota’ (balid). Así, tenemos dos motivos para ver a los grandes sufíes como nuestros idiotas”. [9]
 
La astucia impide el autoconocimiento. La milenaria tradición china cuenta que, cierto día, Confucio buscó a Lao Tse – el fundador de la filosofía taoísta – y le hizo una compleja pregunta sobre una cuestión ritualista que consideraba de gran importancia. Despreciando la pregunta sofisticada, el maestro le dijo a Confucio:
 
“Debes abandonar tu inteligencia y dejar de lado la espada de tu ambición. Frecuentemente, los grandes sabios parecen tontos y estúpidos. Los que han obtenido la verdadera sabiduría no insisten en hacer ostentación de su conocimiento”. [10]
 
Uno de los mayores místicos cristianos de todos los tiempos, san Juan de la Cruz, estudió filosofía clásica griega durante su juventud. La manera en que describe poéticamente la paradoja de “no saber nada para percibirlo todo” coincide con la tradición socrática, pero también puede ser vista como un yoga:
 
“Para venir a gustarlo todo,
no quieras tener gusto en nada.
Para venir a poseerlo todo,
no quieras poseer algo en nada.
Para venir a serlo todo,
No quieras ser algo en nada.
Para venir a saberlo todo,
no quieras saber algo en nada”. [11]
 
Y Juan de la Cruz describió su éxtasis místico en estos versos:
 
“Entreme donde no supe,
y quedeme no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
 
Yo no supe dónde entraba,
pero, cuando allí me vi,
sin saber dónde me estaba,
grandes cosas entendí;
no diré lo que sentí,
que me quedé no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.
 
De paz y de piedad
era la ciencia perfecta,
en profunda soledad
entendida (vía recta);
era cosa tan secreta,
que me quedé balbuciendo,
toda ciencia trascendiendo.
 
Estaba tan embebido,
tan absorto y ajenado,
que se quedó mi sentido
de todo sentir privado,
y el espíritu dotado
de un entender no entendiendo,
toda ciencia trascendiendo”. [12]
 
Aunque sea verdad que no todos los idiotas alcanzan la iluminación, es cierto que todo iluminado tiene algo de idiota y parecerá un tonto desde más de un punto de vista.
 
El aprendiz del arte de vivir debe romper los límites de los chantajes de lo “políticamente correcto” y dejar de lado los mecanismos de la ignorancia colectiva que buscan imponer falsos consensos en función de los intereses de tal o cual esquema de poder.
 
Pero, para huir de la idiotez colectiva organizada – con su psicología de rebaño que prohíbe al individuo pensar por sí mismo -, es indispensable vencer el miedo de que nos pongan la etiqueta de oveja negra o de idiota. Solo así podremos vivir con responsabilidad propia e independencia personal. Hay una historia de Ramakrishna, el sabio indio del siglo XIX, que ilustra bien este punto:
 
“Érase una noche completamente oscura, siglos atrás. De repente, un sujeto enciende una antorcha para iluminar su camino y se marcha a la casa de su vecino. Quiere pedirle fuego, porque la noche está demasiado oscura. Después de mucho gritar y llamar a la puerta, el vecino finalmente la abre, escucha su petición y responde: ‘Ay, ay, ¡qué imbécil eres! ¡Piensa! ¡Ya tienes una antorcha encendida en tu mano!’”. [13]
 
Todos corremos el riesgo de hacer como el pobre desgraciado que llamó a la puerta del vecino. La verdad eterna y la fuente de la felicidad están en nuestras manos. Solo dependen de nosotros. Pero insistimos en buscarlas en las cosas externas y pedírselas a otras personas, renunciando a la autonomía de nuestra caminata.
 
Los sabios, al igual que los idiotas, son íntegros. No fingen ser inteligentes y no tienen miedo de equivocarse. Lo intentan, se equivocan y conocen el sabor de la derrota. Pero, cuando aciertan, son geniales. El idiota de hoy puede ser el sabio de mañana, gracias a la experiencia adquirida. En compensación, el que no tiene ánimo para intentarlo no tiene ninguna posibilidad de aprender.
 
Por eso debemos crear una cultura en la que se permita a cada uno caerse y levantarse libremente. Porque todos somos solamente aprendices. Nos equivocamos y aprendemos en todo momento, y debemos estimular en cada ser humano el coraje de buscar – aunque sea tropezando – sus sueños más elevados. Expulsando de nuestra cultura al miedo de hacer el ridículo, cada uno se permitirá un poco más de inelegancia y autenticidad en su manera de vivir.
 
NOTAS:
 
[1] “Vidas de Grandes Romancistas”, por Henry Thomas y Dana Lee Thomas, Editorial Globo, Río de Janeiro-Porto Alegre-São Paulo, 1954, 244 pp., p. 32.
 
[2] “Einstein, a Ciência da Vida”, una biografía escrita por Denis Brian, Editorial Ática, São Paulo, 1998, 551 pp., pp. 1, 3 y 4.
 
[3] “Assim Falou Einstein”, recopilación editada por Alice Calaprice, Ed. Civilização Brasileira, Río de Janeiro, 1998, 258 pp., pp. 64 (primera frase de la cita) y 63 (segunda frase).
 
[4] “Collected Writings”, H. P. Blavatsky, TPH, India/EUA, volumen VIII, 1990, p. 108.
 
[5] “Tratados”, Baltasar Gracián, Editorial Calleja, Madrid, España, 1918, p. 255.
 
[6] “Father Brown Stories”, G.K. Chesterton, Penguin Books, Inglaterra; véase la introducción. 
 
[7] “El Príncipe Idiota”, Fiódor Dostoievski, Editorial Porrúa, S.A., México, 190 pp., p. 158. Véase también la película clásica de Akira Kurosawa basada en esta obra, “El idiota”.
 
[8] “Ramakrishna, o louco de Deus”, introducción de Louis Pauwels, Planeta Especial, febrero de 1995, 146 pp. en formato libro, p. 9.
 
[9] “Wisdom of the Idiots”, Idries Shah, The Octagon Press, Londres, 1991, 179 pp., p. 5.
 
[10] “Tales of the Taoist Immortals”, de Eva Wong, Shambhalla Inc., Boston, EUA, 2001, 168 pp.,      p. 56.
 
[11] “Vida y obras de san Juan de la Cruz”, Biblioteca de autores cristianos, Madrid, España, 1960,      p. 448.
 
[12] “Vida y obras de san Juan de la Cruz”, Biblioteca de autores cristianos, Madrid, España, 1960,    pp. 1110-1111.
 
[13] “Pictorial Parables of Sri Ramakrishna”, Advaita Ashrama, Calcuta, India, 65 pp., 1997, p. 7.
 
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El artículo “Un Elogio a los Idiotas” es una traducción del portugués, y la tarea fue llevada a cabo desde España por el teósofo Alex Rambla Beltrán. Texto original: “Um Elogio aos Idiotas”. La publicación en español ocurrió el 27 de noviembre de 2023.
 
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